El silencio del emprendedor cristiano, es clave para que todo emprendimiento germine. De él proviene el cálculo prudente, la planificación meditada, el control y seguimiento sistemático, el pensamiento estratégico. El silencio custodia el futuro potencial del emprendimiento. Mientras mayores sean las dosis de silencio activo y meditado más acertado serán los pasos.
No es apropiado del emprendedor avezado el estar contando todos sus planes, sus espectativas, sus deseos, proyectos, proyecciones y potencialidades a los cuatro vientos. Eso es más bien propio de emprendedores bisoños que buscan más aplausos, admiración de extraños y reconocimientos antes que ver concretado su emprendimiento.
El silencio es tierra fertil. Pero éste silencio del que escribo no es un silencio pasivo, muerto e inactivo, no, no es el silencio del impávido que no sabe qué responder ni cuándo. No, del silencio que escribo es de aquel que propicia la reflexión, el cálculo, la búsqueda de preguntas relevantes y se aboca a conseguir sus respuestas. Es un silencio que surge del amor y la atención a la actividad. Este si
lencio lleva a la oración-acción, oración activa, acción orante, y vuelve todo actuar un hecho trascendente, pertinente y eficaz. Es el silencio del taller de nazareth.
En nuestro mundo lleno de velocidad, ruido, interrupciones, estímulos, distracciones y dispersión, una de las actividades primordiañes deñ emprendedor es la de buscar la oportunidad de silenciarse, detenerse, sentir y hacerse presente ante su emprendimiento con amor y atención.